MICROMENTARIO: LA MEMORIA TAMBIÉN
SE PIERDE EN LOS PASILLOS DEL OLVIDO
José Manuel García-García
(NMSU)
I
En el 2005 publiqué Don Rómulo Escobar: artículos
y ensayos, 1896-1946. Incluí los 30 artículos de las “Memorias de Paso del
Norte”. Eran breves textos que don Rómulo envió al Boletín de la Sociedad
Chihuahuense de Estudios Históricos en los años 1939 a 1946.
II
Las Memorias de Rómulo son nostalgias
concisas (no exentas de humor ranchero), anécdotas en serie: historias familiares
(el Padre como Figura Patriótica), descripciones de los Hombres de Antes (que
eran los absolutamente honestos), relatos de las diversiones pueblerinas y de aquella
antigua economía basada en el cambalache agrícola. El Narrador de estas
crónicas es un Científico desplazado por las invenciones instantáneas de la
modernidad: es su deseo ignorar las nuevas calles, los nuevos nombres, olvidar
a los jóvenes que no honran con su existencia el Sagrado Ayer. Y sin embargo,
leyéndolo, uno tiene una impresión de primera mano de lo que fueron los paseños-juarense
del siglo XIX, los que se auxiliaron del Río Bravo para crear una economía de
frutos estacionales: personajes sencillos que vivieron momentos de estoicismo circunstancial:
hambrunas, guerras (contra los apaches), pobreza agraria y una ecología a
merced de climas extremos. Paso a reseñar algunas de las crónicas / memorias de
don Rómulo:
III
(1) “Mano Güero”. Es la primera crónica (publicada en
abril de 1939). Es sobre un indígena local, popular por su pasado guerrero
contra los apaches. Al niño Rómulo le vendió un escudo (por un poco de vino) y muchos
años después, el joven Rómulo conversó brevemente con él. Luego, para el Rómulo
anciano fue un recuerdo entrañable. (2) Crónica “Don Pablo Federico”. Traza la
figura del “alcalde de aguas”, personaje Patriarcal [palabra del agrícola siglo
XIX] respetado, que sabía de la justa distribución del agua para los sembradíos
y que aparecía donde era más requerido: ahí estaba pacificando disputas de
labradores, realizando vigilancias nocturnas o crepusculares. Don Rómulo lo
recuerda como parte mimética del paisaje: su figura la podía ver “a la hora en
que salta el lucero, cuando canta sus murmullos el agua que pasa por nuestras
acequias, cuando se llena la tabla y se abren las sangrías para regar la siguiente,
cuando se está cuidando a los rebalses sin más ruido en el aire que el del agua
que pasa, el de los perros que cuidan y el de los gallos que saludan al nuevo día”.
Don Pablo: es la omnipresencia que supo preservar la armonía entre ciclos ecológicos
y vidas humanas (leve dibujo poético de un anciano que recuerda una vivencia
infantil).
IV
(3) “La cueva del ermitaño”. Trata de un misterioso
personaje que vivía en el Cerro Bola. Era italiano, vivía del auxilio de los
piadosos lugareños. Escribió un cuaderno de Memorias que “estaban escritas con
pésima clase de plumas, con las peores clases de tintas y creo que hasta pedazos
de carbón y almagre”. El cuaderno se perdió en la “vieja casona” de la familia
Escobar. Un día, el hombre se marchó y fue muerto a manos de los apaches (en su
travesía hacia San Antonio, Texas). Rómulo se pregunta: “¿Cuánto habría sufrido
en la vida para llegar a la cima de la tristeza y de la misantropía un hombre
que no era un hombre inculto sino más bien un desgraciado?” (4) “Los Uranga”
personajes temerarios que tenían el negocio de las diligencias Paso del Norte a
Chihuahua: “Desde que se divisaba en el camino la polvareda que venía haciendo
el coche, salía la gente de sus casas para presenciar la llegada. Las mulas
sudadas y trabajadas, los pasajeros empolvados y con caras de dicha y en el
pescante el cochero y el sota, símbolos de valor y de la habilidad que habían
traído a los viajeros a feliz término”. Don Rómulo escribió también de otros
miembros de la reciedumbre ranchera: los canoeros Acosta (que tenían unas
plataformas para cruzar carretas por el Río Bravo); el Coronel Joaquín Terrazas,
que derrotó a los apaches y del que Rómulo narra una anécdota: el día en que un
conductor de tren le exigió un boleto para un familiar que lo acompañaba: “si
en aquellos momentos había un tren que recorriera aquellas vastas llanuras, era
debido nada menos que a aquel hombre a quien se le cobraba un pasaje de un niño”.
V
También escribió de los sacerdotes conservadores: el
cura Borrajo que prefirió destruir los badajos de las campanas que prestárselos
los constitucionalistas. El cura Ortiz del que narra lo siguiente: “Cuando la
guerra con los norteamericanos al liberarse la primera batalla con el coronel
Doniphan en Temascalitos (cerca de Las Cruces, Nuevo México), el cura Ortiz
andaba socorriendo a los heridos y confesando a los moribundos. De pronto, un
grupo de soldados americanos se dirige hacia él. El manso Cura tiró el
crucifijo que llevaba, tomó el fusil de uno de los heridos y parapetándose tras
el cuerpo de un caballo muerto, comenzó a disparar contra los invasores”. En
las crónicas de Don Rómulo no hay odio, escribe de los Curas con el gusto que otorga
el indulto personal de rencillas pretéritas entre liberales y conservadores.
VI
Son pocas las crónicas dedicadas a los eventos
sociales, enumero: (a) La creación del Teatro local gracias a la afición operística
de don Espiridión Provencio. (b) Las Ferias a las que acudían gentes de toda la
región para vender sus productos agrícolas y asistir al circo y jugar carreras
y “chuzas” (bolos) y comer “orejones” y matar liebres a garrotazos (evento que
describe don Rómulo con un gusto particular), y otras diversiones que (anota
melancólicamente): “al recordarlas me parece que la sociedad sencilla y unida
de aquellos tiempos ha cambiado mucho; que aquellas costumbres de pueblo chico,
aislado por desiertos, eran mejores que las que nos han traído los ferrocarriles;
que las gentes de aquellos tiempos eran mejores”. Su juicio ético es sobre todo
una demarcación sentimental, un dictado de identidad y pertenencia.
VII
En la última crónica de don Rómulo Escobar (“La
chuza”: noviembre de 1946) no abandona el tono festivo (estamos ante un
escritor consumado), pero ya incapaz de abandonar el tono de caducidad generacional.
Lo cierto es que don Rómulo fue un autor prolijo, publicó enciclopedias de agronomía,
infinidad de artículos sobre agricultura y cultura ranchera, y escribió de 1896
a 1936 una serie de ensayos que tituló Eslabonazos (editados luego en un
libro con el mismo nombre), esperó tres años para volver a escribir y lo hizo
recreando sus Memorias que se convirtieron en las únicas crónicas escritas por
un juarense anclado en el siglo XIX.
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