LA ANGUSTIA ES UN CAMINO
DE PEQUEÑAS ALEGRÍAS
JOSÉ MANUEL GARCÍA-GARCÍA (NMSU)
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I
Cormac McCarthy, The Road (2007). El mundo ya se acabó: fue un cambio radical de los climas, el cataclismo
bíblico prometido, la lluvia de radiación solar esperada, fue algo que irremediablemente
quemó los extensos bosques, las ciudades: adiós fauna y flora, adiós civilización
humana. De todo quedó solo un grupo de peregrinos de la noche, seres que vagan
buscando un lugar habitable. Y quedó el grupo de los eternos-depredadores: la
crueldad en cuerpos asesinos, tribus come-viajeros. Estamos más allá de los
desiertos Mad Max, de los pueblos cenicientos de The Book of Eli (si
hablamos de cine) o de las corretizas protagonizadas por zombis carnívoros (vestigios
del continuo susto norteamericano). Estamos pues, en un mundo donde todo ocurre
por última vez, el recuerdo es algo que duele, el aprendizaje de la
sobrevivencia es también la desesperanza, la vida se reduce al placer del saqueo,
el recuerdo de un gozo: un hogar consumido (literalmente) por el fuego cósmico
(o algo así). Sobrevivir es ya un lujo que pocos podrán darse (a menos que
decidan almacenar vecinos para el desayuno caníbal). La crueldad es el nombre
de la bestia apocalíptica; caminar es el único verbo posible: vagar por un invierno de escombros: nieve y cenizas. Ni modo, estamos ante las últimas
parrafadas del mundo, la agonía por consunción de la energía humana (que se
supone, es extensión de la energía divina, etcétera).
II
The Road, novela minimalista, narrativa directa, sin
necesidad de metáforas (aunque ella es la gran metáfora de un apocalipsis individualizado:
yo soy otros: los demás). Los párrafos son breves (micro-secciones), divididos
por espacios cortos, las descripciones son económicas: eventos cruciales (todo
es crucial en las orillas de la existencia), son párrafos saturados de miedos y
leves esperanzas. Pasajes tremendistas: cuerpos canibalizados, súbitos desplomes
de árboles debilitados por las tormentas, incendios que se agotan en sus
propias cenizas. Todo está condenado a un breve ciclo de existencia, por ello los
micro-párrafos son verdaderos snapshots de la desesperanza, (pienso en la
filosofía de A. Caraco, pienso en las últimas bocanadas del pez ciego de la vida,
etcétera). Los diálogos son ultrabreves, sin comillas, sin
punto-y-comas (no reason to blot the page up with weird little marks, diría el
mismo Cormac): oraciones gramaticales breves,
fragmentadas (no hay más unidad que la sorpresa a cada paso). Es (también) una construcción
bildungsroman donde el evento principal es la sobrevivencia, las demás
acciones se supeditan a tal meta. El lector (también) tiene que aprender a imaginar
el dato oculto, a darle un contorno al sufrimiento; debe seguir paso a paso la
desesperanza, el tramo que falta para caer sobre la alfombra del pesimismo
radical norteamericano.
III
Tenemos (por cierto) un Protagonista
(el hombre sin nombre) que interrumpe sus silencios para gritarle a Dios: “¿Estas
allí?”, “¿Por fin te podré ver? ¿Tienes cuello para apretártelo? ¿Tienes corazón?
Eternamente maldito ¿tienes alma?”. Son reclamos de un creyente, de un hombre que
remite a las calamidades del pobre Job bíblico, pero en este universo, los primeros
reclamos serán los últimos (y además) se los llevará el viento.
IV
El Personaje piensa (mediante
un narrador omnisciente) que la historia del mundo fue “más castigos que crímenes”,
reflexión le parecerá una paradoja inútil. [“He thought that in the history of
the world it might even be that there was more punishment than crime but he
took small comfort from it”]. A nosotros nos deja el siguiente argumento: Somos
solo el reflejo de Dios, Él castiga sus propios errores: al fuego el libro de
la vida (tan plagado de erratas, de sintaxis logorreica).
V
Decía que estamos ante una
novela pedagógica (bildungsroman): el Protagonista educa a su Hijo para
que (tal vez) pueda sobrevivir en el peor de los mundos posibles (cf. Schopenhauer):
la ucronía nacida del pesimismo posmoderno es una civilización en retro
evolución acelerada, poblada de tribus caníbales, caminantes oportunistas,
vagabundos ciegos, un mundo de extravíos y vacíos y miedos que alimentan cada
minuto la paranoia del animal de presa (que todos llevamos dentro).
VI
El niño ha aprendido que él y
su padre son “los buenos” que “llevan el fuego” y “la buena suerte” y que por
ello han sobrevivido. Son engaños, minucias para fomentar el “espíritu” de la sobrevivencia:
saber ocultarse, llevar consigo una pistola para suicidarse antes de caer en
manos de sádicos hambrientos, hacer fuego, cocinar, aprender un poco del pasado
perdido, etcétera. Sobre todo: madurar y sobrevivir (el niño nació en pleno
apocalipsis; no conoció las comodidades de la civilización ahora destruida). El
Padre recurre al sobado mito de Proteo para ofrecer(se) una meta, el (auto)engaño
que bordea el abismo de la desesperanza. No puede evitar que el Hijo encuentre
a cada paso una escena de horror: bebés rostizados a la parrilla (What the boy
had seen was a charred human infant headless and gutted and blackening on the
spit). El Hijo tiene dos maestros: el Padre y la sucesión de escenas de un
mundo en proceso de descomposición.
VII
Una micro-sección memorable: la
conversación del Padre con el Viejo (un vagabundo-alegoría de buda o de un dios
desarrapado). El Padre le dice que sólo Dios sabe lo que está ocurriendo, el
Viejo le responde: Dios no existe (There is no God and we are
his prophets). Los sobrevivientes son profetas de un no-Dios: testigos de la
memoria que se borra ante los ojos que agonizan. El Padre quiere saber el nombre
del Viejo, éste elude la respuesta: no quiere ser un personaje anecdótico en
los labios del Padre: si no sobreviven, la anécdota carecerá de valor; si
sobreviven y se reencuentran, podrán reconstruir la anécdota, pero ambos saben
que tal posibilidad está negada, entonces, qué utilidad puede tener dar su
nombre (I dont want anybody talking about me. To say
where I was or what I said when I was there. I mean, you could talk about me
maybe. But nobody could say that it was me. I could be anybody. I think in
times like these the less said the better. If something had happened and we
were survivors and we met on the road then we’d have something to talk about. But we’re not. So we don't). El Padre le insinúa al
Viejo que el Hijo puede ser un ángel o Dios mismo, el Viejo le responde con un
argumento digno de la mejor filosofía de la desolación: It’s better to be alone. So I hope that’s not true what you said because to
be on the road with the last god would be a terrible thing so I hope it’s not
true. Things will be better when everybody’s gone. Es mejor no asumir que Dios nos acompaña en la ruta al abismo, sería
terrible para nosotros y para el mismo Dios. Mejor es asumir que todo acabe de una
vez. El Viejo es el recuerdo de la Razón, de la filosofía que despertó del engaño
y que ahora vaga a ciega, avergonzada, calladamente: inútil es seguir fingiendo
una mínima esperanza.
VIII
The Road es una combinación de minimalismo narrativo y
sintaxis reapropiada. Cormac es a la prosa lo que E. E. Cummings es a la poesía.
¿Para qué escribir la memoria de un nuevo apocalipsis usando la ortografía normativa?
The Road es también la elegía a la desesperanza, la reconciliación
emocional y la práctica de una filosofía del Pesimismo radical norteamericano. Es
la forma práctica de entender la esencia reflexiva del desengaño a la manera de
la filosofía continental (cf. Schopenhauer, Nietzsche, Ciroan).
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